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La agorafobia es miedo al miedo. Los agorafóbicos temen las
situaciones que puedan generarles sensaciones de ansiedad, miedo a la propia
activación fisiológica y a los pensamientos sobre las consecuencias de
experimentarlas, como la idea de morir.1
De acuerdo con la etimología de la palabra, la agorafobia
está especialmente relacionada con el temor intenso a los espacios abiertos o
públicos en los que pueden presentarse aglomeraciones. La palabra procede de
los términos griegos "ágora", "plaza", y
"phobos", "miedo".
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Entre los miedos que experimenta el agorafóbico están el
miedo a vivir una crisis, a desmayarse, a sufrir un infarto, a perder el
control, a hacer el ridículo, etc.
El trastorno se genera por alguna experiencia negativa por
parte de la persona, quien al evitar las situaciones parecidas está
desarrollando un mecanismo de aprendizaje que hace permanecer el problema.
Entre los factores de riesgo se pueden incluir episodios relacionados con
intensos niveles de pánico o experimentar eventos estresantes, incluido el
abuso sexual o físico durante la infancia. El tratamiento cognitivo-conductual
de la agorafobia es el más exitoso entre los utilizados y se basa en someter al
paciente a una exposición gradual a las situaciones que típicamente le provocan
la ansiedad.
La agorafobia suele incluir o desarrollar en la persona
afectada otras fobias más específicas, tales como estar o quedarse solo/a
(anuptafobia), fobia a los lugares cerrados (claustrofobia), a las alturas
(acrofobia), al agua (hidrofobia), a estar rodeado de gente (enoclofobia), a
las enfermedades (hipocondría), al día o a la noche (nictofobia), al
tiempo/clima (cronofobia) e incluso al sexo (erotofobia).
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Este trastorno tiene un mayor porcentaje de pacientes mujeres
que hombres. Entre un 1% y un 5% de la población española ha desarrollado un
episodio psicológico relacionado con la agorafobia durante su vida.
Al igual que otras fobias, el tratamiento más habitual es de
tipo conductual o cognitivo-conductual.
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